Está científicamente comprobado con estudios longitudinales que la variable que mejor determina el éxito personal y profesional no es la capacidad intelectual, sino las habilidades emocionales que tenemos, y a pesar de saberlo, seguimos sin poner atención a desarrollarla, ni en colegios, ni mucho menos cuando ya somos adultos.
A continuación, repasaremos brevemente qué es la inteligencia emocional, y las claves para mejorarla, ¿te animas?
La inteligencia emocional es la capacidad que posee una persona para comprender sus emociones y las de los demás, teniendo la suficiente capacidad de autocontrol para que sus respuestas sean constructivas y no hirientes, para sí mismo y para otras personas.
No consiste en simular u ocultar emociones, sino en modificarlas para que sean funcionales y equilibradas.
Y ¿cómo podemos mejorarla?:
1. Lo primero es hacernos conscientes de la emoción que sentimos en el momento que aparece, pregúntate qué sientes e intenta ponerle nombre ¿enfado? ¿irritación? ¿ansiedad? ¿celos? Es importante que identifiques la emoción para no actuar de manera impulsiva y comprender lo que te está «contando» de ti mismo.
Las emociones no son positivas o negativas, ya que todas nos dan información sobre nosotros mismos (nos dicen si algo nos gusta o nos molesta, si nos inquieta…). Algunas son agradables y otras, no tanto.
2. Decide qué quieres hacer con esa emoción. La inteligencia emocional es la capacidad de autocontrol para responder de la manera más adaptativa o constructiva posible. Podemos coger las riendas de nuestras emociones y no dejarnos llevar por ellas, canalizarlas de forma inteligente para que sean funcionales.

Por ejemplo, en un equipo de fútbol, se enseña a los jugadores a gestionar sus emociones de manera inteligente y adaptativa. Imaginemos que el árbitro toma una decisión con la que no estamos de acuerdo, y nos produce un gran enfado; tenemos dos opciones: 1. podemos chillarle
(muestra de baja inteligencia emocional) o 2. podemos controlarnos, y decidir que lo que más nos conviene es respetar su decisión y seguir jugando (inteligencia emocional desarrollada). La clave para decidir la respuesta más adecuada es pensar en las consecuencias de ambas reacciones. En este caso, la consecuencia de la primera reacción será, al menos, una tarjeta amarilla, con lo que nos perjudicaremos a nosotros mismos y a nuestro equipo, mientras que la consecuencia de la segunda reacción, es posible que sea marcar un gol o, al menos hacer una buena jugada, ya que hemos seguido centrados en el partido.
La inteligencia emocional también tiene que ver con ser capaces de reconocer las emociones ajenas: qué indican que necesitan, qué sienten, qué quieren. Y a partir de ahí tener la habilidad social que propicie una interacción eficaz con los demás.
«Antes de actuar movido por una emoción, piensa en las consecuencias de tu reacción, y elige reaccionar de la manera que más te beneficie a ti y a la gente que te rodea. » Y recuerda que, con la práctica, se mejora.
Asela, S., (2018). El valor de la inteligencia emocional. Alcalá el Real, Jaén: Editorial Zumaque.