La infancia y adolescencia son determinantes en la construcción nuestra personalidad, ya que aunque influye la genética, la mayor parte se va construyendo conforme crecemos, en función del tipo de cuidados que recibimos y según las experiencias y aprendizajes que vamos teniendo. Si seguimos la metáfora del "edificio de la personalidad", propuesta por Anamar Orihuela en su libro "Transforma las heridas de la infancia", nuestra personalidad estaría formada por un conjunto de "pisos o plantas". Y, al igual que los cimientos del edificio son determinantes para que tenga una estructura consistente y segura, con nuestra personalidad ocurre algo similar, las primeras etapas de desarrollo son fundamentales para en la adultez tener una estructura de personalidad sana.
A continuación, explico las principales tareas y necesidades que tenemos que realizar y cubrir en cada etapa si queremos "tener unos buenos cimientos". Tener en cuenta que la edad que se indica en cada etapa es orientativa, ya que depende del desarrollo único de cada persona; además las etapas se pueden superponer. En definitiva, se trata de un modelo teórico que simplifica la realidad y nos permite entenderla de una manera más sencilla.
La primera etapa, el Yo sensorial
Esta etapa iría desde nuestra concepción hasta los 7 años. Las primeras tareas que tenemos que realizar para que los cimientos del edificio de nuestra personalidad sean firmes son: jugar, reír, imaginar, tocar y explorar. Y en esta etapa es fundamental que nuestras figuras de apego se ocupen de cubrir nuestras necesidades físicas y emocionales. Lo que significa que nos ayuden a regular las emociones, nos proporcionen afecto, límites y rutinas.
Necesitamos sentir que es bueno vivir la vida, en un mundo que nos recibe y donde nos sentimos a salvo. Desarrollamos el “yo soy” a través de la mirada de las personas que nos rodean, es decir que interiorizamos que somos valiosas porque así nos tratan.
Si las necesidades de esta etapa han sido cubiertas, de adultas sabemos disfrutar de la vida, somos creativas, nos expresamos con libertad y tenemos conductas de autocuidado.
Sin embargo, como esta primera etapa es fundamental en nuestro desarrollo, si hemos sufrido alguna carencia importante, las consecuencias suelen ser bastante visibles, y nos convertimos en personas con tendencia al aislamiento, procesos de disociación (en casos de maltrato o negligencia en los cuidados), dependencia, victimismo, dificultad para disfrutar, rigidez en los comportamientos... En definitiva, desarrollamos una serie de defensas que en su momento nos ayudaron a sobrevivir, pero que ya de adultas pueden ocasionarnos mucho daño y resultar muy poco adaptativas.
El yo emocional, la adolescente
En esta etapa empezamos a construir quienes somos, ya que buscamos nuestros propios gustos e intereses, y nuestro grupo de iguales cobra más importancia. Va de los 8 a los 14 años aproximadamente.
Las necesidades de estas edades son la pertenencia, es decir, sentir que pertenecemos a un grupo y desarrollamos sentimientos de unión, pudiendo compartir ideas, pensamientos y experiencias. Sentir que tenemos una identidad y unos orígenes de los que estar orgullosas, pues así nos lo transmiten nuestras figuras de apego. Tener espacio para el desarrollo de los propios intereses, que puede diferir de los de nuestra familia. Y la oportunidad de ir asumiendo responsabilidades.
Si hemos podido desarrollarnos como adolescentes, de adultas tenemos más facilidad para establecer vínculos sanos, comprometernos con nosotras mismas (con lo que nos gusta y con los objetivos que queremos alcanzar) y con las relaciones. Además, seremos adultas capaces de asumir responsabilidades.
Sin embargo, cuando no hemos podido ser adolescentes, paradójicamente nos convertiremos en eternas adolescente: conflictos con la autoridad, dificultad para establecer vínculos (especialmente si hemos sufrido bullying), nos costará más comprometernos con nuestro propio proyecto vital y en general, sentiremos desconfianza en las relaciones.
Yo mental, la adulta joven
Aquí desarrollamos nuestros valores y propio proyecto vital, y va de los 15 a los 21 o 25 años, ya que normalmente la maduración del cerebro de las mujeres llega antes, mientras que en los hombres el lóbulo prefrontal termina de alcanzar su madurez unos años después.
Las tareas de esta etapa se relacionan con asumir responsabilidades, reconocer y aprender de los errores, establecer relaciones sentimentales significativas, aprender a autorregularme, hacer planes y llevarlos a cabo, encontrar un lugar en el mundo adulto.
Si las tareas de esta etapa y las anteriores han sido cubiertas, podremos establecer vínculos sanos, comprometernos con nosotras mismas y con las relaciones. Y nos sentiremos capaces de asumir responsabilidades adultas.
Yo conciencia, la adulta
Por último, las tareas de esta etapa se relacionan con desarrollar un visión más integrada o panorámica de quienes somos. Esto implica ser capaces de ver el resto de pisos y hacer consciente si hemos tenido necesidades no cubiertas o heridas anteriores para poder sanarlas.
Por lo tanto, si llegadas a la adultez hemos podido identificar y trabajar en nuestras heridas emocionales, nos sentiremos adultas compasivas , genuinas y en paz con nosotras mismas. Habrá bastante congruencia entre lo que sentimos, queremos y hacemos.
Sin embargo, cuando nos encontramos personalidades rígidas, planas a nivel emocional o con dificultades para conectar y regular las emociones, serias, muy formales, muy racionales o perfeccionistas, con poca espontaneidad y poca capacidad de ser flexibles, con dificultad para disfrutar y establecer relaciones, suele ser indicativo de que a lo largo de las etapas ha habido carencias y heridas emocionales que todavía estar sin sanar.
Una de las tareas de los procesos de psicoterapia es hacer consciencia de estás necesidades para poder abordarlas y sanar, de manera que nuestro edificio de la personalidad, tenga unos cimientos fuertes, capaces de resistir temporales y de disfrutar los días de soleados.
Orihuela, A. (2016). Transforma Las Heridas de Tu Infancia. Aguilar.
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