La infancia y adolescencia en la construcción de nuestra personalidad

Publicado el 20 de noviembre de 2024, 10:08

La infancia y adolescencia son determinantes en la construcción nuestra personalidad, ya que aunque influye la genética, la mayor parte se va construyendo conforme crecemos, en función del tipo de cuidados que recibimos y según las experiencias y aprendizajes que vamos teniendo. Si seguimos la metáfora del "edificio de la personalidad", propuesta por Anamar Orihuela en su libro "Transforma las heridas de la infancia", nuestra personalidad estaría formada por un conjunto de "pisos o plantas".  Y, al igual que los cimientos del edificio son determinantes para que tenga una estructura consistente y segura, con nuestra personalidad ocurre algo similar, las primeras etapas de desarrollo son fundamentales para en la adultez tener una estructura de personalidad sana. 

A continuación, explico las principales tareas y necesidades que tenemos que realizar y cubrir en cada etapa si queremos "tener unos buenos cimientos".  Tener en cuenta que la edad que se indica en cada etapa es orientativa, ya que depende del desarrollo único de cada persona; además las etapas se pueden superponer. En definitiva, se trata de un modelo teórico que simplifica la realidad y nos permite entenderla de una manera más sencilla. 

La primera etapa, el Yo  sensorial

La primera etapa de nuestro desarrollo iría desde nuestra concepción hasta los 7 añosLas tareas básicas que tenemos  que realizar en esta etapa para que los cimientos del edificio de nuestra personalidad sean firmes son: jugar, reír, imaginar, tocar y explorar.  Además, en esta etapa es fundamental que nuestras figuras de apego cubran nuestras necesidades físicas y emocionales.  Nos tienen que enseñar a regular las emociones (ya que nacemos sin saber hacerlo),  nos tienen que proporcionar afecto y, establecer límites y rutinas, que nos ayuden a tener una estructura. 

Necesitamos sentir que es bueno vivir la vida, en un mundo que nos recibe y donde nos sentimos a salvo. Desarrollamos el “yo soy” a través de la mirada de las personas que nos rodean, es decir, que interiorizamos que somos valiosas porque así nos tratan.

Si las necesidades de esta etapa han sido cubiertas,  es más probable que de adultas sepamos disfrutar de la vida,  seamos personas creativas, nos expresamos con libertad y nos cuidemos, ya que nos han enseñado a hacerlo. 

Sin embargo, como esta primera etapa es  fundamental en nuestro desarrollo, si hemos sufrido alguna carencia importante, las consecuencias suelen ser bastante visibles. Nos convertimos en personas que tienden a aislarse (ya que si las personas que supuestamente más no quieren, nos han fallado, desarrollamos desconfianza hacia el resto); si no hemos sido validadas emocionalmente, es posible que nos cueste más reconocer nuestras emociones, abrirnos y compartirlas;  si no nos han enseñado a regularlos, podemos tener problemas para gestionar nuestras emociones y que se disparen fácilmente; y en casos de maltrato o negligencia grave en los cuidado, se pueden dar procesos de disociativosEn definitiva, desarrollamos una serie de defensas como la dependencia, victimismo, rigidez en los comportamientos, etc...  que en su momento nos ayudaron a sobrevivir, pero que ya de adultas pueden ocasionarnos mucho daño y resultar muy poco adaptativas. 

El yo emocional, la adolescente

En esta etapa empezamos a construir quienes somos, ya que buscamos nuestros propios gustos e intereses y nuestro grupo de iguales cobra más importancia. Va de los 8 a los 14 años aproximadamente. 

Las necesidades de estas edades son la pertenencia, es decir, sentir que pertenecemos a un grupo y desarrollamos sentimientos de unión, pudiendo compartir ideas, pensamientos y experiencias; sentir que tenemos una identidad y unos orígenes de los que estar orgullosas, pues así nos lo transmiten nuestras figuras de apego; y que tenemos espacio e intimidad suficiente para el desarrollo de los propios intereses, que puede diferir de los de nuestra familia. Y es bueno que podamos ir asumiendo responsabilidades.

Si hemos podido desarrollarnos como adolescentes, con lo que ello implica, de adultas tenemos más facilidad para establecer vínculos sanos, comprometernos con nosotras mismas (con lo que nos gusta y con los objetivos que queremos alcanzar) y con las relaciones. Además, seremos adultas capaces de asumir responsabilidades.

Sin embargo, cuando no hemos podido ser adolescentes, paradójicamente nos convertiremos en eternas adolescentes: suele haber conflictos con la autoridad, nos costará más comprometernos con nuestro propio proyecto vital y asumir responsabilidades,  y en función de las necesidades que no hayan sido cubiertas,  podemos tener dificultad para establecer vínculos, especialmente si hemos sufrido bullying, y sentir desconfianza hacia las relaciones personales. 

Yo mental, la adulta joven

Aquí desarrollamos nuestros valores y propio proyecto vital, y va de los 15 a los 21 o 25 años, ya que normalmente la maduración del cerebro de las mujeres llega antes, mientras que en los hombres el lóbulo prefrontal termina de alcanzar su madurez unos años después. 

Las tareas de esta etapa se relacionan con asumir responsabilidades, reconocer y aprender de los errores, establecer relaciones sentimentales significativas, aprender a autorregularme, hacer planes y llevarlos a cabo, encontrar un lugar en el mundo adulto.

Si las tareas de esta etapa y las anteriores han sido cubiertas, podremos establecer vínculos sanos, comprometernos con nosotras mismas y con las relaciones. Y nos sentiremos capaces de asumir responsabilidades adultas.

Yo conciencia, la adulta

Por último, las tareas de esta etapa se relacionan con desarrollar un visión más integrada o panorámica de quienes somos. Esto implica ser capaces de ver el resto de pisos y hacer consciente si hemos tenido necesidades no cubiertas o heridas anteriores para poder sanarlas.

Por lo tanto, si llegadas a la adultez hemos podido identificar y trabajar en nuestras heridas emocionales, nos sentiremos adultas compasivas , genuinas y en paz con nosotras mismas. Habrá bastante congruencia entre lo que sentimos, queremos y hacemos. 

Sin embargo, cuando nos encontramos personalidades rígidas, planas a nivel emocional o con dificultades para conectar y regular las emociones, serias, muy formales, muy racionales o perfeccionistas,  con poca espontaneidad y poca capacidad de ser flexibles, con dificultad para disfrutar y establecer relaciones, suele ser indicativo de que a lo largo de las etapas ha habido carencias y heridas emocionales que todavía estar sin sanar. 

Una de las tareas de los procesos de psicoterapia es hacer consciencia de estás necesidades para poder abordarlas y sanar, de manera que nuestro edificio de la personalidad, tenga unos cimientos fuertes, capaces de resistir temporales y de disfrutar los días de soleados. 

 

Orihuela, A. (2016). Transforma Las Heridas de Tu Infancia. Aguilar.

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